dimecres, 16 de juny del 2010

ACTIVIDAD ECONÓMICA Y GRUPOS SOCIALES EN LA ESPAÑA VISIGODA

III.1.-La población de Hispania

Lo primero que llama la atención es la heterogeneidad de la población del Imperio Romano, algo que se hace patente también en la Península Ibérica. Por una parte, las provincias del Imperio habían acogido grupos poblacionales de muy diverso origen mientras que, por otro lado, existía sobre estos grupos un barniz de romanización. La población de Hispania, al iniciarse las invasiones, estaba integrada por romanos, visigodos, suevos, vándalos y alanos, pero también por comunidades de origen oriental, como griegos, judíos y sirios, además de africanos.

El primer factor de integración de las diversas poblaciones fue la denegación de la ley del siglo III, que prohibía matrimonios entre romanos y godos. El responsable de esta medida en Hispania fue un rey visigodo, Leovigildo. La cultura material ha demostrado que, junto a la evidencia del aumento de matrimonios mixtos y la utilización por parte de los visigodos de nombres romanos, un elemento revelador es la utilización de vestidos romanos por los visigodos, lo que evidencia su paulatina aculturación, se entierren en los mismos cementerios, etc.



III.1.1.-La población romana

El grueso más importante de la población hispana entre los siglos V y VII estaba constituido por los romanos que vivían en la Península Ibérica. Además, existía desde antes de las invasiones una población autóctona poco o nada romanizada en determinadas regiones: Vasconia, Cantabria...

La población romana de la península oscila, según los autores, entre los cinco y los doce millones durante las invasiones geográficas. La gran masa de población se hallaba dispersa por toda la geografía peninsular a excepción de zonas como Vasconia y Cantabria, reacias a la dominación romana, donde sólo existía una presencia militar. La mayor densidad de la población romana se hallaba repartida en diferentes provincias cuya romanización fue más intensa, tanto desde el punto de vista de la implantación del mundo urbano y del desarrollo de las actividades ciudadanas como de la explotación de las tierras.

La provincia de la Tarraconense destacaba por los importantes núcleos costeros y por ciudades de antigua tradición. Es el caso de Emporiae, Gerunda, Barcino y Tarraco. En el interior, con un claro aprovechamiento de las tierras más fértiles, tenemos Caesaraugusta, Ilerda (Lérida) y Osca (Huesca). En la región oriental y meridional de la Cartaginense aparecen núcleos como Saguntum, Valentia, Dianium, Ilici o Cartago Nova. En la Baetica nos encontramos con una de las provincias romanas con mayor densidad de población por sus centros urbanos y por la fertilidad del valle del Guadalquivir, entre los que destacan Malaca, Corduba, Hispalis e Italica.

Otra región relevante por su densidad de población fue Lusitania, sobre todo por la presencia de Emerita Augusta. Su importancia queda atestiguada por los notables restos arquitectónicos y por la gran cantidad de villae e iglesias rurales descubiertas por la arqueología. En Gallaecia el poblamiento romano fue menos denso y, tras las invasiones, sus habitantes tuvieron que convivir con el reino de los suevos.



III.1.2.-La población visigoda y germánica

La población visigoda representó un porcentaje mínimo frente a la población romana. Las cifras hablan de entre veinte mil y ochenta mil individuos, tanto de población civil como militar. En el primer tercio del siglo VI se había concluido el proceso de incorporación de elementos germánicos a la población hispana. Los visigodos eran el grupo germánico más importante, llegando en varias oleadas durante la última década del siglo V pero, sobre todo, con la caída del reino tolosano, y también hacia el 531 tras una nueva victoria franca sobre Amalarico en la Narbonense.

No hay que olvidar a los suevos, que mantuvieron en el siglo V una difícil convivencia con la población gallega. Los suevos eran débiles demográficamente, ya que sólo contaban con unos treinta mil o treinta y cinco mil individuos, entre los cuales sólo ocho mil o nueve mil eran guerreros en la época de las invasiones. Posiblemente estas cifras se incrementarían tras instalarse en Hispania y practicar una vida sedentaria. La mayor densidad de población de los suevos se dio en los distritos de Braga y Oporto.

Resulta lícito afirmar que el elemento germánico pudo representar en total un cuatro o cinco por ciento de los habitantes de la península si se admite una población hispanorromana de unos cinco millones de habitantes.

Como ya hemos comentado, las migraciones góticas dieron lugar a dos tipos de asentamiento, uno de carácter popular y otro de naturaleza aristocrático-militar. El pueblo visigodo en el siglo V era todavía un grupo mayoritariamente popular, con una serie de rasgos diferenciales tales como indumentarias y objetos de adorno propios y religión arriana, que dejaron una clara constancia arqueológica. El poblamiento compacto y el arrianismo explican la existencia de cementerios propios en el siglo VI. García de Cortázar da tres razones justificar el asentamiento visigodo:

-Económico y geográfico, al desarrollarse una nueva forma de explotación rural de los latifundios.

-Estratégica, para hacer frente a vascones, suevos y francos.

-Falta de identificación con el resto de la geografía peninsular. Los recién llegados inicialmente formaban un grupo de desfavorecidos sin tierras en Aquitania.

Los hallazgos funerarios han permitido reconstruir la zona de asentamiento popular visigodo. El área de las necrópolis godas alcanza en el siglo VI su máxima densidad de población en la actual provincia de Segovia, extendiéndose por las regiones colindantes de Burgos, Soria, Guadalajara, Madrid, Valladolid, Cáceres y Palencia.

A finales del siglo VI, cuando se produce la unidad religiosa por la conversión del arrianismo al catolicismo y la desaparición de los signos diferenciadores, se hace más difícil identificar los enterramientos góticos, aunque las sedes episcopales reflejan la permanencia de poblaciones campesinas visigodas en su primitivo asentamiento. Así, en las tierras de Soria y Guadalajara fue muy elevado el número de obispos godos.

La arqueología está demostrando que la forma de establecimiento preferida fue el vicus, tanto en explotaciones señoriales como en comunidades integradas por pequeños propietarios. El vicus se rastrea ya desde el siglo IV y era una asamblea de vecinos para regular el aprovechamiento de bosques y prados comunales. Es casi seguro que la zona meseteña, donde se asentaron los visigodos, basó su economía en el aprovechamiento de los pastos y de las zonas forestales.

En cuanto a la clase aristocrática, estaría integrada por unas mil quinientas familias, es decir, de siete mil a diez mil individuos a los que habría que sumar unos séquitos de clientes y servidores. Esta clase no se estableció, como las clases populares, en una región determinada, sino que se dispersó por todo el territorio obedeciendo a razones administrativas y militares. Hubo también comarcas donde la concentración de esta aristocracia alcanzó mayor densidad, como en Toledo, capital y residencia de la corte desde el siglo VI. La capital de Lusitania, Mérida, fue también un importante núcleo de godos, al igual que Barcino o Barcelona.

La ciudad era, por tanto, lugar de residencia de los ricos magnates de la aristocracia visigoda y de sus séquitos armados. Hubo otras regiones que, por razones estratégicas, contaron con un nutrido asentamiento gótico de tipo castrense: la frontera con los dominios bizantinos, la frontera vascona y los pasos fortificados del Pirineo Oriental y de la Galia.



III.1.3.-La población de origen oriental

Al hablar de población oriental los especialistas hacen referencia a individuos de origen sirio y griego. Estas comunidades orientales, al igual que las africanas, empezaron a florecer durante el Bajo Imperio. Vivían en enclaves urbanos con puertos marítimos y fluviales en la Tarraconense, la Cartaginense y la Baetica.

Los mayores testimonios conservados proceden de la costa mediterránea y del Sur de la península. Se ocupan de actividades comerciales, especializándose en ellas como ocurrió con los judíos. Esta población oriental se diferenciaba del resto por su religión, ya que seguían manteniendo prácticas paganas marcadas por la idolatría, la superstición, la magia y la adivinación.

Hispalis fue una de las ciudades que congregó una mayor densidad de población oriental así como de judíos. También fue importante su número en Córdoba, aunque la ciudad con mayor población de origen oriental era Emerita Augusta.



III.1.4.-Los judíos hispanos

Desde comienzos del siglo III los judíos eran considerados ciudadanos romanos. No existían grandes diferencias entre judíos y cristianos, salvo las de procesar una religión distinta. Al igual que los cristianos hispanos, los judíos desempeñaban todo tipo de actividades económicas aunque destacaban en el comercio. Había desde ricos propietarios hasta judíos pobres, con lo que se deshace el tópico de identificar al judío con el usurero o el comerciante acaudalado.



III.2.-La economía y la vida rural

Uno de los fenómenos más conocidos en este período en Hispania es el urbano, mientras que la población y la organización de los ámbitos rurales no se conocen con suficiente detalle. A pesar de ello, sabemos que la explotación agrícola y ganadera estaba en manos de grandes propietarios. La tendencia general fue la proliferación de villae como unidad básica de explotación agrícola.

La explotación de la tierra ocupó la mayor parte de la población de la península entre los siglos V y VII. Las grandes extensiones, como los latifundios, eran explotadas por siervos, esclavos, campesinos libres y campesinos dependientes. Los campesinos dependientes de un señor o propietario vivían en condiciones precarias, sometidos a una larga serie de obligaciones y con muy pocos derechos reconocidos. El desmoronamiento del poder central concentró el poder en los grandes señores y dejó en una situación muy difícil a los pequeños propietarios libres, que se vieron obligados a encomendarse a un señor, equiparándose así a los campesinos dependientes.

El eje que vertebra las relaciones socioeconómicas en el mundo rural era la villae en su sentido más amplio: como estructura arquitectónica, como sistema de explotación agropecuaria y núcleo de hábitat alternativo al cada vez más decadente mundo urbano. Las villae eran además el lugar de residencia del noble propietario y donde disfrutaba de sus momentos de ocio. Todas estas características determinaban las estructuras típicas de las villae y condicionaban su edificación. Por una parte, necesitaba una parte residencial construida con una gran solidez de materiales y con los ornamentos propios de la época, que reflejaban la mentalidad y los gustos de sus dueños. Por otro lado aparecía la pars rustica, que albergaba las dependencias del almacenamiento, de los establos, los productos de exportación y las habitaciones de los campesinos cuando éstos vivían en la propia villa y no en lugares cercanos a la propiedad.



III.2.1.-La producción agropecuaria

La producción agropecuaria era similar a la de época romana, orientada básicamente a la subsistencia salvo una serie de productos, como el trigo y el aceite, que se exportaban.

La explotación agraria y ganadera estaba en manos de grandes propietarios y la unidad de explotación seguía siendo la villae. El producto más cultivado y consumido era el trigo, ocupando el segundo lugar entre los cereales la cebada y la escanda. Un papel destacado lo tuvieron la vid y el olivo, completando así la trilogía mediterránea. Entre las producciones minoritarias destacaron las hortalizas, las leguminosas y los árboles frutales.

La ganadería se vio favorecida en la península por la existencia de amplias zonas de pasto. Se conoce la cría ganadera de terneros, vacas, novillos, ovejas, cerdos y carneros. De los rebaños ovinos se obtenía lana, que permitía el desarrollo de la industria textil en los núcleos urbanos, donde reproducía el hilado, la manufactura y la comercialización del paño. La mejor presencia de la cría de ganado se dio en la Lusitania, la Tarraconense y en la Meseta castellana. Hay que señalar, además, la importancia de la cría de caballos desde la Antigüedad Tardía en la Baetica, en Lusitania y, en menor medida, en la zona Norte de la Cartaginense.



III.3.-La ciudad y la vida urbana en la Baja Antigüedad y la época visigoda

III.3.1.-Topografía de las ciudades hispánicas

Generalmente se acepta que la vida cultural y socioeconómica del Occidente romano se basó en una desarrollada red de centros urbanos. También se admite que la llamada “crisis del siglo III” significó un cambio decisivo en dicha estructura con un empobrecimiento y ruralización de la sociedad.

Las invasiones propiciaron la fortificación de las principales ciudades, como es el caso de Toledo, Gerona, Zaragoza, etc. La concentración septentrional de muchos de estos recintos demuestra su finalidad defensivo-militar. La arqueología y los testimonios literarios indican la conservación de los recintos fortificados de época imperial. En Mérida, por ejemplo, restauraron sus murallas a finales del siglo V mientras que en Italica estas obras se realizaron un siglo antes, a finales del IV.

No hay una relación directa entre la extensión del recinto amurallado y la importancia política o el potencial demográfico de las ciudades. Toledo, por ejemplo, era un pequeño recinto pero de gran importancia demográfica y política. Aparecen además suburbios o suburbia en torno a edificios religiosos. En algunas ciudades, entre los cambios urbanos hay que citar la aparición de cementerios dentro del área amurallada, como en Barcelona. Los cementerios aparecen junto a los templos como síntoma del cambio de las mentalidades funerarias, aunque muchos cementerios extraurbanos sigan funcionando.

Las edificaciones de funcionalidad pública, baños o termas, circos, teatros y anfiteatros son un ejemplo, ya sea por su mantenimiento, mutación o abandono, para comprender si hubo continuidad o ruptura en la ciudad hispana de este período. En el siglo V y principios del siglo VI subsisten en Mérida y Zaragoza las carreras de carros, la caza de fieras, etc. a pesar de la presión eclesiástica.

Pero lo que va a dar un aspecto característico a las ciudades cristianas será la aparición de un número cada vez mayor de edificaciones religiosas: basílicas, monasterios, baptisterios, palacios episcopales, oratorios, capillas… Existe una cristianización de la topografía urbana en todo Occidente.



III.4.-Los grupos sociales urbanos y sus relaciones económicas

III.4.1.-La nobleza

Tradicionalmente se ha afirmado que la ruralización social supuso un abandono por parte de las aristocracias provinciales del marco urbano, retirándose a sus posesiones rurales. Pero las últimas investigaciones matizan estas afirmaciones generales. Hay que tener en cuenta la vida urbana de cada zona, la incidencia de las invasiones, la instalación de la corte, los centros administrativos regionales, la importancia de los obispos en las ciudades y el enraizamiento de ciertos linajes aristocráticos. Por ejemplo, en la Baetica la aristocracia regional tardorromana o la nueva aristocracia hispanovisigoda continuó en las ciudades.

Las urbes se convirtieron en focos esenciales de resistencia autonomista de la aristocracia local frente al poder centralista del estado visigodo. Así ocurrió por ejemplo en Mérida dentro de la Lusitania y en menor medida en la Cartaginense y en la Gallaecia.

También se observa una tendencia clara de estas aristocracias fundiarias de carácter urbano a ir ocupando puestos clave de la administración del estado o de la jerarquía eclesiástica de aquellas ciudades que eran cabeceras del territorio. Ello trajo un control cada vez mayor de la vida de tales ciudades por determinados linajes de dicha aristocracia.

Desde el punto de vista de las mentalidades, el cambio fundamental es el carácter cristiano de las ciudades y de la aristocracia, que construye edificios religiosos.



III.4.2.-La plebs urbana

La plebs era un grupo social amplio, compuesto por todos los habitantes de condición libre que no gozaban de especiales privilegios. Abarcaba a los artesanos, comerciantes, hombres de profesiones liberales de mediana fortuna no fundaria[19], además de desocupados y gentes humildes que vivían en la ciudad. La plebe estaba compuesta, por lo tanto, un conjunto humano muy heterogéneo. Entre ellos también aparecerán los marginados, los pobres, que fueron una constante en la ciudad romana y que en época visigoda también fueron muy numerosos.

Las causas de la pobreza son variadas, y entre ellas habría que destacar la concentración de la propiedad fundiaria en manos de los potentes. Otra causa sería la mayor presión fiscal sobre el campesino, además de las malas cosechas, las deudas, etc. Todo ello provoca que por los caminos abunden grupos de campesinos convertidos en mendigos que se dirigían a los monasterios o a las ciudades en busca de caridad.



III.5.-El estamento eclesiástico. Obispos y clero urbano

Hay que señalar, ante todo, el importante papel que desde comienzos del siglo V adquirieron los obispos, convertidos en máximos representantes de las ciudades en los momentos clave del tránsito del poder imperial al visigodo. La paulatina ruina de la administración imperial dejó al obispo como única instancia de gobierno de las ciudades[20].

Durante buena parte del siglo VI la Iglesia hispana gozó de gran libertad de movimiento, como demuestran los numerosos concilios, mientras que con la conversión de Recaredo y de la nobleza gótica al catolicismo se constituye una Iglesia católica hispana como Iglesia nacional y del estado. La situación de los obispos experimentó cambios significativos en funciones y poder en el ámbito urbano y, aunque perdieron cierta autonomía, vieron fijados sus privilegios gracias a la colaboración entre el estado y la Iglesia.

Los obispos desempeñaron un papel clave en la recaudación de tributos. De ellos dependía el nombramiento de funcionarios judiciales y fiscales a nivel municipal. Supervisaban la actividad de los jueces laicos y aparecían como juez de segunda instancia, por encima del conde de la ciudad y emparejado con el dux provinciae. El poder y la autoridad de los obispos descansaba en su prestigio ideológico y en la administración de unos patrimonios eclesiásticos en crecimiento por donaciones regias y privadas y en las rentas obtenidas de las iglesias rurales de fundación privada.

En el siglo VII se consolida el protocolo mayestático[22], símbolo de su poder y de su prestigio. Todo ello lleva a que sea un cargo muy apetecible y a lo frecuente de la simonía y de las presiones regias en los nombramientos. Los obispos participaron activamente en la vida política de la época, y cada vez fue mayor su relación con la nobleza visigoda. La mayoría de los obispos, evidentemente, eran de origen noble.

En torno a las sedes episcopales había numerosos clérigos de distinta dignidad e importancia: diáconos, subdiáconos, presbíteros, clérigos menores, etc., cuyo número creció al hacerlo el de basílicas urbanas. Desde el punto de vista económico y social, la posición de alguno de ellos fue envidiable debido a sus posesiones, a las donaciones que recibían y a los tributos y las rentas de sus sedes. Es posible que desde finales del siglo VI los clérigos tuvieran exenciones fiscales e incluso que éstos se dedicaran al comercio y al préstamo usurario. La formación del clero se llevaba a cabo en las escuelas episcopales, que eran las únicas instituciones de enseñanza entre los siglos VI y VII, testimonio de la clericalización de las ciudades de la época.



III.6.-La economía y la vida urbana



III. 6.1.- La producción agropecuaria

Mayor y mejor conocimiento del marco urbano que de la vida rural (hay más fuentes de lo urbano)

Fenómeno mejor conocido: explotación agrícola y ganadera, unidad básica la villae.

S. VI-VII. Explotación de latiera con una amplia dimensión demográfica (mayor parte población) y diversidad en las condiciones sociales de explotación: siervos, esclavos, campesinos libres o dependientes. La precariedad económica y la descomposición social de los pequeños propietarios libres hace que estos caigan en las garras de los señores o grandes propietarios (se está gestando el feudalismo).

Eje de las relaciones socioeconómicas del mundo rural o villae. 4 ámbitos-funciones:

-Centro explotación agropecuario

-Núcleo de hábitat alternativo

-Complejo arquitectónico religioso y noble

-Lugar de residencia de las nobles. Villae lugares de prestigio social y ocio (civitas el negocio, la nobleza de la ciudad se dedica al comercio)



III.6.2.-La actividad artesana

Sobre la actividad artesana no hay muchos datos y en la mayoría de los casos éstos son arqueológicos. Sabemos que había talleres especializados, como el de mármoles de Tarragona, el de Braga, Córdoba, Mérida y el de Toledo entre los siglos V al VII. En cuanto a la cerámica, hay que señalar los ladrillos impresos de la Baetica o la ornamentación figurada de tradición norteafricana, con talleres en la costa mediterránea, que desde el siglo V exportaban fuera de Hispania.

No sabemos mucho de la producción en bronce, de la metalurgia o de la orfebrería en general. Hay en el siglo VI influjos de artistas italianos. Buena parte de los talleres estaría en el campo, dentro de la gran propiedad señorial, pero también destacaban los orfebres palatinos o de palacio.

Hay también pocas noticias de profesiones liberales, destacando el ejercicio de la medicina mediante contratos de servicio suscritos por el enfermo, obteniendo los médicos grandes beneficios debido a su escaso número. Los médicos vivían en los principales núcleos, como Mérida, y eran asalariados con gran prestigio social, al igual que en la Antigüedad.

No sabemos mucho sobre la organización interna de las actividades artesanales y profesionales, es decir, si estas actividades mantuvieron la organización corporativista vinculada a los collegia bajoimperiales. Tradicionalmente se ha dado una respuesta afirmativa, aunque haciendo hincapié en su paulatina transformación y desaparición[23].

En el siglo VII sabemos de la existencia en el palacio real visigodo de talleres dedicados a la fabricación de objetos de orfebrería, donde trabajaban gentes de condición servil. Las leyes visigodas permiten conocer la forma habitual de trabajo de los orfebres de la época, que funcionaba mediante la entrega de la materia prima por parte del consumidor y contratista, al igual que en el resto de Occidente. Apenas sabemos nada del modo de trabajar de los restantes artesanos, aunque existían gentes dotadas de alta cualificación técnica. Esta ausencia de datos se debe al menosprecio que la ideología dominante de la época tenía para con toda actividad manual artesana.



III.6.3.-La actividad comercial. Agentes y mercados

El estudio del comercio puede descomponerse en dos grandes ámbitos, que son el gran comercio internacional, generalmente de objetos de lujo, y el comercio local, con mercancías mucho más diversificadas.



III.6.3.1.-El gran comercio internacional

Este gran comercio podemos reconstruirlo gracias a la arqueología y a la epigrafía. Las grandes áreas comerciales son las costas atlánticas de Europa Occidental, el Sur y el centro de las Galias, Italia, el Norte de África y la cuenca oriental del Mediterráneo.



III.6.3.1.1.-Las costas atlánticas de la Europa Occidental

Cada vez es más patente la existencia de un tráfico de mercancías y pasajeros por el Golfo de Vizcaya y el Mar Cantábrico, siendo Burdeos la principal ciudad de destino tal y como lo atestiguan los hallazgos arqueológicos y la literatura en los siglos VI y VII. También hay contactos entre la península y la zona de Frisia y Suecia.



III.6.3.1.2.-El Sur y las zonas centrales de las Galias

En el comercio entre Hispania y las regiones mediterráneas e interiores de la Galia, la Septimania visigoda sirvió de intermediario.

Marsella fue el principal puerto merovingio, aunque desde Narbona el tráfico comercial también se dirigía por tierra a Tolosa y Burdeos. Desde Marsella las mercancías visigodas seguían las rutas de los valles del Ródano y del Saona hasta alcanzar la Galia Septentrional, lugar con activas colonias de mercaderes orientales en el siglo VI. La actual zona de Cataluña tuvo una parte importante en este comercio. Se comerciaba con aceite, pieles, mercaderías de lujo y con garum[24].



III.6.3.1.3.-Italia

En cuanto a las relaciones comerciales entre las dos penínsulas del Mediterráneo Occidental hay que hablar de dos períodos: antes y después de la conquista justiniana de Hispania. Durante el primer período las relaciones fueron normales y abundantes, como se deduce de la frecuente comunicación del papado con los obispos hispanos. El predominio ostrogodo[25] en Hispania a principios del siglo VI favoreció tales relaciones.

La situación se alteró a mediados del siglo VI, cuando se produce la invasión de Italia por parte de los bizantinos y con la conquista del Sur de Hispania también por parte de Bizancio. Mientras que las relaciones de la Hispania bizantina con Italia siguen siendo fluidas, el reino visigodo pareció distanciarse radicalmente. Este alejamiento puede que se deba a razones políticas, subsistiendo relaciones comerciales con la costa mediterránea. La arqueología muestra objetos de lujo importados de Italia en Cataluña, así como influencias artísticas de Rávena y Sicilia en los siglos VI y VII. Estas relaciones se realizarán por vía marítima, siguiendo la ruta de cabotaje por el Golfo de León en dirección a Génova y al Mar Tirreno.

Los productos más destacados eran los de lujo, los bienes culturales y los artículos de consumo masivo, como el trigo.



III.6.3.1.4.-Norte de África

También hay dos fases en las relaciones entre Hispania y el Norte de África, especialmente con las actuales Argelia y Túnez. La arqueología prueba la continuidad en estos siglos de unas relaciones que fueron muy abundantes en época imperial romana entre la metrópolis cartaginesa y los centros portuarios del Mediterráneo español o con sus alrededores, como Tarragona y Sevilla.

Estas relaciones se vieron apoyadas por la existencia de colonias norteafricanas en las principales ciudades comerciales hispanas, como ocurría en Sevilla, Málaga y Mérida. Incluso las dificultades de la Iglesia africana con las autoridades vándalas y bizantinas provocaron la emigración a Hispania de grupos africanos, preferentemente monacales, que pudieron inferir en la cultura hispanovisigoda. Pero desde el siglo VI las noticias de estas relaciones son muy escasas, cesando a mediados del siglo VII como consecuencia del avance musulmán en África.



III.6.3.1.5.-Mediterráneo Oriental

Las relaciones comerciales con el Mediterráneo Oriental partieron de la costa mediterránea, de la atlántica y de los cursos del Guadiana y del Guadalquivir. Se apoyaban en diversas colonias comerciales, como Elche, Cartagena, Málaga, Écija, Sevilla, Mérida y Lisboa, y se vieron favorecidas por el establecimiento de una provincia bizantina en Hispania. El panorama cambió a partir del siglo VII, disminuyendo las noticias hasta desaparecer, posiblemente por la ocupación de Siria, Palestina y Egipto, primero por los persas y posteriormente por los musulmanes.

Los productos musulmanes se almacenaban en los telonea, que eran almacenes e instalaciones aduaneras. Entre los productos hay que destacar los de lujo. También los vidrios renanos y paños frisones. Un lugar importante lo ocupaba el comercio de esclavos, propiciado por la inestabilidad política británica[26] y por la piratería en el Mar del Norte. Se comerciaba además con productos alimenticios, como el vino y el trigo, y también con estaño británico.



III.6.3.2.-El comercio local

El comercio local disponía de una buena red de calzadas de época romana que se mantuvo en uso en estos siglos. Las leyes visigodas muestran el interés de la monarquía por mantener las calzadas en buen estado, a la vez que por impedir el bandidaje en los caminos. Para el transporte terrestre se utilizaba la carreta, tirada por caballos o bueyes, o la carga directa a lomos de la caballería, sobre todo debido al mal estado de muchos caminos y a la mayor rapidez. Las dificultades aumentaban los costes del transporte terrestre, impidiendo un comercio interior a larga distancia y masivo. Se utilizó el transporte fluvial en los cursos bajos de ciertos ríos, como el Guadiana, el Tajo, el Guadalquivir, el Ebro y el Duero.

Se mantuvo el sistema bajoimperial de ferias anuales o mercados semanales. Había lugares especializados para las transacciones comerciales, pero el comercio interior destaca por su debilidad estructural y su marginalidad, agravada por el proceso creciente de proletarización de la gran masa de población. Abundan los que no eran comerciantes de profesión y circulaban con bienes de consumo, al margen de los intercambios comerciales o trueques.

Entre los poderosos se desarrolló una economía de regalo. La generosidad actuaba como factor de cohesión social y como extensión de una autoridad superior a través de la fidelidad y la obediencia típica de una sociedad fuertemente jerarquizada. Son los dones y los contradones.

Esta circulación de bienes de consumo al margen de los circuitos mercantiles tenía más su razón de ser en actitudes mentales, en causas políticas e ideológicas que en necesidades puramente económicas.



III.6.4.-La moneda

Podemos distinguir dos fases, separadas por el comienzo de las acuñaciones a nombre del rey Leovigildo en el último tercio del siglo VI. Hasta entonces circulaban las viejas monedas imperiales, basadas en el patrón oro, y falsificaciones locales de monedas imperiales. En el siglo V los suevos acuñaron esporádicamente pequeñas monedas de plata.

Desde Leovigildo se acuñaron trientes áureos, cuyo peso máximo se alcanza en época de Recaredo. Desde entonces, la moneda tiende a decrecer hasta su peso mínimo en época de Witiza. Lo mismo sucede con la ley, que desde los dieciocho quilates con Leovigildo y Recaredo desciende a los dieciséis quilates, aunque con variaciones según las cecas[27]. Esta tendencia a la baja se explica por la disminución de la masa áurea a disposición del gobierno visigodo, debido al descenso del tesoro regio y a la imposibilidad de realizar con éxito guerras contra sus ricos vecinos.

En el siglo VII aumentó la presión tributaria sobre los humildes. El estado visigodo heredó del Bajo Imperio un sistema impositivo basado en tributos indirectos pagados en moneda y en tributos directos sobre la tierra y la fuerza del trabajo. Pero, a medida que avanzó el siglo VII, se fue perdiendo la práctica de la recaudación de los impuestos directos, disminuyendo los recursos del estado, que se basarán en el propio patrimonio fundiario.

En cuanto a la distribución de las cecas, parece evidente una finalidad militar para pagar a los soldados. De las setenta y nueve cecas del reinado de Leovigildo y sucesores, a mediados del siglo VII sólo continuaban las de los centros urbanos más importantes[28].

Respecto al crédito, el interés legal en dinero era del doce y medio por ciento anual pero se hizo frecuente acudir al préstamo en especie (vino, cereal, aceite…) con un interés máximo anual del cincuenta por ciento.

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada