dimecres, 29 de setembre del 2010

LA CRISIS DEL SISTEMA LIBERAL: LOS FASCISMOS

1. Las bases ideológicas del fascismo y el nacionalsocialismo
            Los precedentes ideológicos remotos de los movimientos fascistas hay que situarlos en las corrientes contrarrevolucionarias, conservadoras y doctrinas que surgen en Europa tras la revolución burguesa de crítica al racionalismo de la Ilustración, al contrato social y a la soberanía nacional, al liberalismo y al constitucionalismo político (Bonald, De Maistre). Como precedentes más próximos hay que mencionar en el contexto cultural, intelectual y filosófico europeo de finales del XIX y principios del XX los movimientos de reacción contra el racionalismo y utilitarismo liberal,  el materialismo  socialista, el positivismo y la democracia, que son el campo de cultivo donde se difunde la ideología fascista y se desarrollan estos movimientos.
            En estas ideologías fascistas el punto común central es su presentación como reacción frente a las concepciones y valores del universo liberal y, aunque gran parte de los autores insisten en su falta de una ideología estructurada y unitaria, sí destacan elementos teóricos comunes que cumplen una función bien definida y que en su acción conjunta confieren originalidad y efectividad a la ideología fascista.
a) El antiliberalismo y el anticapitalismo
            Es la nota más común a los fascismos y se trata de la definición por un elemento negativo o contrario: antiliberalismo, anticapitalismo, antiparlamentario, antidemocrático, etc. Frente a la sociedad liberal e individualista, el fascismo afirma la superioridad del Estado y de la totalidad, niega los derechos individuales, los intereses particulares y la democracia liberal que quedan subordinados a los de raza, comunidad, partido y Estado que se identifican entre sí, ya que son previamente definidos por el líder.
            Se definen también como anticapitalistas y en algunos casos exaltaban utopías de retorno a las condiciones precapitalistas con un gran radicalismo verbal; sin embargo, la polémica con el gran capital, al ir unida a la defensa de la propiedad privada no trajo consigo consecuencia de signo socialista, aunque ellos se autodenominen socialistas (redefiniéndolo pues rechazan el socialismo por su igualitarismo y su insistente democratismo). Su anticapitalismo (contradictorio por la defensa posterior de los intereses del gran capital) se concreta en el rechazo al laissez-faire y la defensa de la intervención estatal, del monopolio y de las corporaciones.
b) La comunidad. El pueblo (folk) y el nacionalismo
            La comunidad se identifica con la raza pero también con nación o colectividad política, cultural y espiritual y la forman las masas caracterizadas por su inercia y mediocridad y con la única misión de subordinarse incondicionalmente a los dirigentes (partido y líder) a través del principio de caudillaje y del lenguaje ritual y de la violencia que, ejercida de forma continua y sistemática, cumple la función de reprimir a los opositores, de cohesionar a la masa creando enemigos (víctima propiciatoria) y generando el miedo y la obediencia ciega. Además, la ideología de la comunidad cumple una función específica de defensa de los intereses de los dominadores, que se presentan como los de la comunidad, enmascarando los contrastes y los conflictos sociales y sirviendo al mismo objetivo de enmascarar los intereses de clase bajo el “interés nacional” y de justificación de las concepciones militaristas e imperialistas.
c) El principio de autoridad y caudillaje. Líder, partido y Estado.
            La ideología del caudillaje y del Estado fuerte enlaza directamente con las concepciones de la comunidad y el nacionalismo y también con los principios de autoridad y exaltación del poder político onmínodo que el fascismo considera, no sólo necesario y consustancial a la naturaleza humana, sino algo que debe de potenciarse y expandirse en todas las vertientes de la vida humana.
            La  autoridad y en relación con ella la obediencia debe ser el principio vertebrador de la sociedad y debe reforzarse en todos los ámbitos de la vida social: familia, escuela, trabajo, administración, economía, política. Un modelo de sociedad autoritario que se corresponde con un código moral de signo militarista (organización jerárquica del ejército) en el que los valores supremos son la disciplina, la obediencia, la fidelidad y el honor castrense (por ejemplo, el lema de las juventudes fascistas era: “creer, obedecer y combatir”).
            Este modelo implica la subordinación y obediencia de las masas a los dirigentes y gobernantes (las elites) que ejercen el principio de autoridad y de caudillaje: el partido y el líder. Los fascismos son movimientos de masas pero ellas no tiene más misión que la de fundamentar el movimiento subordinándose a esas elites, que se eligen a través de la selección “natural” que implica la lucha por el poder. También aquí se produce la identificación de las elites (partido), la raza, el interés de la nación y el Estado.
            La concepción del Estado, estrechamente vinculada a los otros principios, es totalitaria: es la instancia que debe imponer a la sociedad el nuevo orden uniformizándola, atomizándola para que mantenga una única vinculación: la obediencia ciega al líder utilizando la violencia en la esfera pública y privada, lo que produce una identificación funcional entre partido y Estado. En esta cuestión se pueden observar divergencias entre el fascismo italiano y el nazismo alemán originadas por los diferentes procesos históricos de construcción del Estado en cada país. En Italia es patente la debilidad del aparato estatal con lo que Mussolini pudo lograr una identificación entre el Partido Fascista y los aparatos del Estado, integrando al partido en el esquema político italiano y reconvirtiendo “constitucionalmente” sus órganos en aparatos del Estado (conversión de la Cámara de Diputados en Cámara de los Fascios y Corporaciones o de las escuadras de combate en Milicia de Seguridad Nacional). Por el contrario, en Alemania, el nazismo se encuentra con un Estado muy fuerte  y desarrollado (herencia prusiana) que, aunque algunas de sus características (conservadurismo, autoritarismo, burocracia.) podía acoplarse sin problemas a las concepciones nazis, en otros no podía creándose numerosos casos de confusionismo funcional y enfrentamientos entre los viejos y nuevos aparatos del Estado y entre la nueva y vieja burocracia que los controlaba.
            Los principios de autoridad y exaltación del poder político tienen su representación  más concreta en el líder o caudillo (Führer/Duce) constituyendo otra concepción doctrinal de los fascismos (principio de liderazgo onmínodo y absoluto). El caudillo no es un teórico o intelectual de las masas sino que mantiene con ellas una relación carismática, mística, irracional e incluso psicológica, y su poder es exclusivo, ilimitado, absoluto en sus atribuciones y a él se subordinan las diversas esferas de poder, de forma especialmente acusada en el nazismo (Estado-caudillo).
d)La teoría de las razas. El racismo.
            Esta concepción ideológica en su forma más pura sólo está presente en el nazismo hitleriano y, en definitiva, no es más que una derivación formulada en su forma más agresiva de la ideología de la comunidad y del nacionalismo. En el fascismo italiano será el nacionalismo político y cultural exacerbado la expresión de esa idea de la comunidad. En el nazismo esta doctrina cumple un papel fundamental ya que la comunidad se identifica con raza y la relación entre aquella (masa) y líder se sustenta en la teoría de las razas: la propia raza no sólo es distinta, sino superior a las demás (mito de la raza aria y su papel en la historia de la civilización universal que, retomando una vieja tradición mítica popular, se utilizó para combatir el desánimo que se produjo tras la I Guerra mundial.
            Esta doctrina está recogida aunque no de forma sistemática en el Mein Kampf de Hitler y comporta una ideología de superioridad de la raza aria (la pertenencia de todos, incluso el más humilde, a la raza superior (elegida) producía un sentimiento exultante, potenciaba al máximo el sentimiento de unidad y de homogeneidad del propio pueblo y desvíaba el descontento hacía un enemigo exterior a ella, sobre el que debía demostrar su superioridad (sometimiento o aniquilación de las minorías étnicas en el propio país o someter, incluso efectivamente, a otros pueblos o razas “inferiores”). La existencia de razas híbridas supone la degeneración de la raza superior que es la creadora innata de la cultura y la decadencia social y cultural y debe por tanto desaparecer.
            En la teoría de las razas se establece una división en tres clases: la aria, creadora de la cultura; las razas portadoras de la cultura que son capaces de tomar y adaptar elementos de ésta y la raza destructora de la cultura, los judíos (filosofía de la víctima propiciatoria). Más tarde, A. Rosemberg[1] convirtió esta teoría en una “filosofía de la historia” (El mito del siglo XX) que le configuró como el teórico del racismo nazi pues, en su opinión, tras el triunfo de la raza aria la historia se reescribiría como el enfrentamiento entre ésta y el resto de las razas inferiores. La raza aria se había extendido en la antigüedad hacia el Mediterráneo y había creado las antiguas civilizaciones clásicas que declinaron a consecuencia de la mezcla racial razas híbridas. En consecuencia con esta afirmación, la ciencia, la cultura, el arte, la filosofía y los grandes logros sociales (la civilización occidental) eran obra de la raza aria, mientras que los elementos negativos (liberalismo, capitalismo, democracia, socialismo, marxismo) eran producto de la raza judía, la destructora de la cultura.
            En la práctica, el racismo tuvo importantes y trágicas consecuencias como el fomento del crecimiento de la población aria a través de ayudas o subvenciones a las familias, una legislación eugenésica que suponía la esterilización, separación o eliminación de los individuos con taras físicas o mentales que podían cuestionar desde la mentalidad nazi la pureza aria y, finalmente, la legislación antijudía y la política de exterminio sistemático del pueblo judío. La teoría de las razas servía también para dar fundamento a otros componentes ideológicos del nazismo como la filosofía de la víctima propiciatoria y el imperialismo.
e) La filosofía de la víctima propiciatoria.
            Los fascismos, retomando ancestrales mitos y tradiciones, presentan una concepción del mundo basada en la división radical en blanco o negro, bueno y malo; es decir radicalmente maniquea que en la práctica se traducía en el grupo interno  y amigos (partido, nación o comunidad, raza) frente al enemigo (los antagonistas políticos, otros pueblos y otras razas). Pronto, algunos movimientos fascistas, y de forma muy especial el nacionalsocialismo, identificaron a los judíos con el enemigo universal y germen de todo lo negativo y contrario a su ideología. Algunos de los factores que se esgrimen para explicar el fanatismo antisemita como la situación de encumbramiento social, económico y profesional de algunos judíos no se sostienen en la realidad, no es más que una ideología que centra la agresividad latente en un objeto que no tiene que ver con las causas de esa agresividad más que cualquier objeto (la filosofía de la víctima propiciatoria) y que en la ideología fascista puede presentar otras variantes: gitanos, masones, emigrantes extranjeros, homosexuales, que cumplen la misma función de presentarse como causa de los males de la sociedad y objeto al que se canaliza la agresividad social. Para cumplir esa función de servir de objeto para descargar la agresividad colectiva parecen especialmente idóneos los grupos que se distinguen con facilidad del conjunto por su aspecto o por su comportamiento: minorías raciales, nacionales, étnicas, religiosas suelen ser ese objeto con singular frecuencia porque, además, el hecho de ser minorías ofrece la ventaja de que están relativamente indefensas.
f) El militarismo y el imperialismo.
            En la ideología fascista, el ejército constituye el modelo organizativo de las instituciones políticas y sociales, el soldado el ideal de hombre y la guerra la forma más excelsa de realización humana y en él se contienen ideas que son las principales virtudes del universo fascista: disciplina y obediencia, autoridad y sumisión, virilidad y coraje, heroísmo y sacrificio. La inclinación de determinados grupos sociales a las ideologías militaristas se puede considerar como el medio de satisfacer determinadas apetencias psíquicas (grandeza de la patria, revanchismo por la humillante derrota alemana en la I Guerra, deseo de recuperación del poderío militar e imperial de otras épocas -Imperio Romano-) e intereses sociales y económicos, pues ese militarismo se une a proyectos de expansión militar y de sojuzgamiento de otros pueblos.
            Estas ideologías militaristas y expansionistas se fundamentan en el concepto de geopolítica, elaborado por el geógrafo inglés Mackinder en 1904 -el este europeo era el “núcleo de la isla mundial”, que integraban Europa, Asia y África y el Estado que controlase los amplios recursos de este vasto territorio controlaría el mundo- reelaborado para los fines del nacionalsocialismo: un imperialismo para lograr el dominio de la raza superior. El argumento económico a favor del imperialismo era el más efectivo y el que atrajó a las clases dominantes al fascismo: conquista del mercado mundial, nuevas fuentes de materias primas, de nuevos mercados, de nuevas posibilidades de inversión con el sojuzgamiento de pueblos extranjeros y su empleo como mano de obra barata.

2. La base social de los movimientos fascistas y las condiciones para su ascensión y triunfo en la Europa de entreguerras
            Los fascismos fueron auténticos movimientos de masas en aquellos lugares donde triunfaron y se instalaron regímenes políticos controlados por ellos. La primera oleada fascista se inició inmediatamente después de la I Guerra Mundial en Italia (nombre lo tomaron de la insignia romana de las faces: un haz de varas con un hacha que simboliza el poder ejecutivo) y llevó a la victoria del fascismo italiano en 1922. La segunda oleada ya en los años treinta se sitúa en Austria en 1933 y en Alemania en 1934, cuando los nacionalsocialistas llegaron al poder. El embrión social de los grupos fascistas lo constituyen grupos sociales que habían sido desarraigados social y moralmente por la guerra y la crisis postguerra: oficiales de los ejércitos beligerantes que ya no tenían cabida en los pequeños ejércitos de tiempos de paz, jóvenes a los que la guerra había impresionado profundamente y que se encontraban en paro, elementos frustados y desclasados, que nutrieron los cuadros de los partidos fascistas, dotándolos de una estructura orgánica paramilitar y constituyendo las escuadras de acción fascista que ejercían el terror y la violencia. Si el fascismo se pudo convertir en algo duradero y triunfar políticamente fue debido a que se creó en amplios estratos sociales por la situación económica y social una disposición favorable al fascismo que luego sería hábilmente actualizada y movilizada a través de una activa propaganda.  A ello se unía, por lo que respecta a Alemania y Austria, la decepción y humillación de la derrota militar en 1918 que contrastaba trágicamente con la exaltación nacionalista y los sueños imperialistas cultivados durante tantos años.
            Un grupo social importante en la composición fascista es el de la pequeña burguesía: trabajadores autónomos, pequeños comerciantes, industriales, campesinos veían peligrar su status social y tenían ante sí el peligro de la proletarización ante la evolución capitalista por la concentración y formación de los monopolios. También un sector de la clase media, ante un movimiento socialista que había alcanzado su punto culminante tras la guerra, se inclinaba hacia posturas radicales y medidas de represión violenta del movimiento obrero socialista. De especial significación fueron los grupos integrantes de la “nueva clase media” y de las profesiones liberales: empleados de empresas privadas, funcionarios de nivel inferior y medio, médicos, abogados, estudiantes universitarios. Todos estos sectores se vieron más amenazados cuando se produce la recesión económica y sus tendencias fascistas se acentuaron.
            Las condiciones necesarias para la ascensión y victoria del fascismo deben contemplar tres factores:
a) Crisis económica y social
            Es una causa fundamental que determina en determinados sectores de la población un agudo sentimiento de inseguridad y precariedad y que explica la considerable expansión de estos movimientos fascistas a partir de los años treinta. En el caso de Alemania, el rotundo éxito de NSDAP se fundamenta en tres factores: la especial virulencia de la crisis económica, la derrota en la guerra del 14 y la debilidad de las tradiciones liberales y democráticas frente a la gran estabilidad de la monarquía autoritaria de tradición prusiana.


b) El apoyo de la clase dominante.
            Para que se produzca la toma del poder y la consolidación de un régimen fascista es necesario que el movimiento sea apoyado por la clase dominante y dicho apoyo se fue materializando progresivamente, primero desde una tolerancia más o menos complacenciente (la prensa que no les condenaba abiertamente, la policía que toleraba sus acciones violentas, el ejército que les suministraba armas, etc.) hasta fórmulas de abierta colaboración y alianza (la Iglesia y la Monarquía en el caso italiano, el gran capital, etc.). El movimiento fascista es independiente de la clase dominante pero la alianza se establece porque este movimiento era útil en un contexto de crisis económica y social pues, a pesar de sus proclamas anticapitalistas y antisistema, defendía a ultranza la propiedad privada y condenaba al socialismo y al comunismo, desviaba la atención y las críticas de las masas de la crisis hacia otros objetos no peligrosos para el sistema social como las minorías étnicas y religiosas y otros pueblos extranjeros y alentaba el desarrollo económico e industrial con su política militarista, expansionista e imperialista.
c) La política de la izquierda
            Un último factor a tener en cuenta en el desarrollo del fascismo europeo en los años treinta es la situación de las fuerzas de la izquierda. Tanto en Alemania como en Italia tras la guerra se produjo una situación revolucionaria con la radicalización de las organizaciones de la clase obrera, pero en ambos países la izquierda fracasó. El fascismo aparece entonces como un instrumento válido en la reacción contra el movimiento obrero que ha fracasado pero que ha puesto en evidencia a los ojos de las clases dominantes su peligroso potencial. La democracia liberal, aunque en la práctica intente controlar y reprimir al movimiento obrero, debe consentir por principios el desarrollo de la oposición,  el fascismo no y, no sólo reprime a esa oposición, sino que la aniquila. Por otra parte, la izquierda europea tampoco logró desarrollar una estrategia eficaz contra el fascismo; no consiguió crear un frente común de lucha contra él y cuando lo logró era demasiado tarde para poner en serio peligro el dominio fascista en Italia o el nazi en Alemania.
3. La formación del Partido Fascista
            El movimiento fascista organizado nació en 1919 con la fundación de los Fasci di Combattimento en Milán. Dentro del nuevo partido había exsocialistas extremistas, como Benito Mussolini, futuristas anarconacionalistas, como Marinetti, sindicalistas revolucionarios de inspiración anarquista, excombatientes (los Arditi). Su primer programa reflejaba esta variada composición social y política y presentaba un fuerte eclecticismo con elementos progresista y otros de carácter conservador como una reestructuración del Estado potenciando las fuerzas armadas y llevando a cabo una política exterior agresiva y anexionista destinada a rescatar la victoria de 1918 de la humillación y de la mutilación territorial (tierras irredentas). Sin embargo, seguían siendo una fuerza minoritaria en el terreno electoral y su fuerza radicaba más en la implacable violencia ejercida por las Escuadras de Acción,  grupos paramilitares que se oponían en la calle al movimiento obrero y socialista.  En noviembre de 1921 Mussolini fundó el Partido Nacional Fascista que pronto contó con 700.000 afiliados,  recibiendo financiación de la Confindustria (la asociación patronal italiana), el apoyo del ejército y la complicidad de una parte de los partidos liberales.
            El Partido Fascista demostró que contaba con una buena organización en la huelga de agosto de 1922 . en   los primeros días de octubre la presión que ejercían sobre el gobierno se hizo más fuerte y Mussolini anunció la “Marcha sobre Roma”.  Si el gobierno era incapaz de restablecer el orden y regenerar la patria, los fascistas marcharían hacia la capital y reclamarían el poder.  Los acontecimientos se precipitaron; en pocos días miles de “camisas negras” (uniforme fascista) empezaron a ocupar edificios públicos en Italia central y centros de comunicación en el norte.  El gobierno liberal Facta intentó proclamar el estado de excepción el 28 de octubre, pero el rey Víctor Manuel III se negó a firmar el decreto y el gabinete dimitió.  Asumiendo toda la responsabilidad, el monarca pidió a Mussolini que formara gobierno el 30 de octubre de 1922.

            La creación de un Estado totalitario
            Desde 1922 la política fascista fue transformando progresivamente el Estado liberal en un Estado totalitario. En una primera etapa, Mussolini constituyó un gobierno de coalición  y mantuvo formalmente la vida parlamentaria en todos sus aspectos, así como la libertad política y sindica. Pero esta ficción se hundió en junio de 1923, cuando el líder socialista G. Matteotti fue asesinado por una escuadra fascista tras denunciar los crímenes del fascismo en el Parlamento.
            La crisis fue resuelta por Mussolini con una dura contraofensiva que abrió una segunda etapa en su gobierno: la construcción de un régimen totalitario en el que habría una identidad absoluta entre Estado y partido. Con las leyes excepcionales del 3 de enero de 1926 colocó a la oposición en la imposibilidad de ejercer la actividad política y, finalmente, la declaró fuera de la ley. De acuerdo con la ley del 24 de diciembre de 1925,  el Duce recibió los títulos de jefe de gobierno, primer ministro y secretario de Estado; legislando mediante decretos-ley, controlaba de manera absoluta el poder ejecutivo y convirtió a las demás instituciones en órganos meramente consultivos compuestos exclusivamente por miembros del Partido Fascista, que no tenían más función que la servir de soporte a las directrices del Duce
            El Senado y la Cámara de los Diputados, purgados de todos los elementos de oposición y privados de todo su poder, llegaron a aceptar sin dificultad al régimen y, finalmente, en enero de 1939, la Cámara votó su propia disolución con el fin de ser sustituida por un órgano consultivo formado por los dirigentes del partido y de las corporaciones fascistas: la Cámara de los Fasci y de las Corporaciones.
            De esta manera, se procedió a la estatalización de las antiguas instituciones fascistas y las Escuadras de Acción se convirtieron en un cuerpo militar, mientras que la Milizia Voluntaria se convirtió en el Cuerpo de Seguridad Nacional.  También, se procedió a estructurar jerárquica y autoritariamente la Administración., designando para ocupar la mayor parte de los cargos a miembros o simpatizantes del partido fascista.
            El fascismo italiano, a diferencia del alemán, fundamentó su poder en un compromiso declarado con las instituciones conservadoras tradicionales: el Rey, al que se mantuvo en el trono y el pacto con la Iglesia Católica (Tratados de Letrán, de 1929),
            El fascismo italiano pretendió controlar y dirigir toda la sociedad mediante el encuadramiento riguroso de todas las fuerzas políticas y sindicales (La Ley Rocco de 1926 solamente autorizaba la existencia de sindicatos fascistas). Con la finalidad de difundir y asegurar el futuro del régimen se creó la Opera Nazionale Bailia, donde había que registrar obligatoriamente a todos los niños en edades comprendidas entre los cuatro y los catorce años (Hijos de la Loba, Bailia y Pequeños Italianos), así como a los adolescentes y a los jóvenes a partir de los catorce años (Avanguardisti, Juventudes Fascistas, Grupos Universitarios Fascistas).  Estas instituciones tenían como objetivo declarado transmitir a sus miembros las virtudes guerreras, a fin de prepararlos para la vida militar y comunitaria
            En el terreno económico, el fascismo se caracterizó por una fuerte intervención del Estado, por el proteccionismo en la industria nacional y por la tendencia a la autarquía.  Esta política favoreció el crecimiento de un conjunto de grandes holdings nacionales y potenció un entramado de intervenciones estatales.  La estrecha relación que se estableció entre el sector privado y el estatal dio vida a una oligarquía poderosa y cerrada, que en lo político se identificaba con el partido fascista. La autarquía potenció a los sectores industriales basados en materias primas nacionales y la explotación de los recursos naturales existentes. La autarquía produjo una cierta renovación técnica de la industria nacional pero también de elevados costos de producción y baja calidad en la producción industrial.  Además, la orientación militarista de la industria generó el estancamiento de la industria ligera y de bienes de consumo.
4.  La Alemania Nazi (1933-1939)
            Los orígenes del Partido Nazi y su acceso al poder
            La abdicación, en 1918, del káiser Guillermo II dio lugar a la proclamación en Alemania de la República de Weimar, cuya presidencia quedó en manos del socialista Ebert.  La vencida Alemania inició la experiencia de un régimen democrático en unas condiciones políticas y económicas muy adversas. La nueva República tuvo que asumir la derrota y aceptar las duras condiciones de paz impuestas por los vencedores.
            La República de Weimar, basada en una Constitución ampliamente democrática, fue incapaz de encontrar el equilibrio necesario para dar estabilidad al régimen.  Los primeros años de la nueva República estuvieron marcados por diversos golpes de fuerza que, tanto desde la derecha  nacionalista como desde la izquierda, pretendían acabar con el régimen.
            La situación económica atravesaba también un momento muy difícil.  El endeudamiento de guerra y las fuertes reparaciones que Alemania tenía que pagar a los vencedores originaron un aumento vertiginoso de la inflación, que fue acompañada de una espectacular caída del marco alemán. La crisis llegó a su cénit en 1923, cuando los alemanes no pudieron pagar las deudas de guerra contraídas con Francia y las tropas galas ocuparon el Ruhr como garantía del cobro de las mismas, tal y como se había establecido en Versalles. Superada en parte esa crisis postbélica, Alemania vivió entre 1924 y 1929 un período de relativa estabilidad, pero la crisis de 1929, y más concretamente la retirada de los créditos americanos, agravaron las dificultades económicas y sumieron a Alemania en una profunda crisis. 
            En 1919 Anton Drexler fundó en Munich el Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes (NSDAP).  En 1921, un afiliado de la primera época, Adolf Hitler, se puso al frente del movimiento y lo reorganizó, iniciando la publicación de un periódico y dotando a la organización de una formación paramilitar, las SA (Sección de Asalto), encargadas de perturbar las reuniones de sus adversarios.  También dotó al partido de un componente antijudío y adoptó una serie de emblemas y símbolos parecidos a los del fascismo italiano: la camisa parda, el saludo a la romana y la cruz gamada.
            En enero de 1923 el partido celebró su primer congreso en Munich y en sus primeras intervenciones públicas Hitler anunció su voluntad de derrocar la República.  Su programa, confuso y demagógico, culpaba a marxistas y judíos de ser los responsables de los males que padecía Alemania y exigía la supresión del Tratado de Versalles.  En noviembre de 1923, a raíz del fracaso del intento de golpe de estado denominado putsch de Munich, Hitler fue detenido y condenado a cinco años de prisión, período en el que escribió Mein Kampf (Mi lucha), libro en el que exponía sus ideas y su proyecto político.  Cuando salió de prisión, su posición dentro del partido y su liderazgo político estaban más reforzados, y en 1925 creó su propia milicia, las SS (Grupo de Protección).  Entre los años 1924 y 1929, la recuperación económica hizo perder terreno a su radicalismo político y por esta razón, Hitler decidió reducir el activismo y aceptar el juego parlamentario como manera de acceder al poder.
            Fue la difícil coyuntura derivada de la crisis de 1929 lo que volvió a dar una oportunidad a los nacionalsocialistas.  La radicalización extrema de la vida política se puso de manifiesto en las elecciones de 1932, en las que salieron elegidos 196 diputados nazis y 100 comunistas.  La razón del éxito electoral de los nazis hay que buscarla en el apoyo que hallaron entre las clases medias, los campesinos arruinados y los obreros desesperados ante el paro y la miseria.  Por otro lado, su autoritarismo y su nacionalismo radical les hizo ganar adeptos entre los militares y antiguos combatientes, y entre la burguesía, que deseaba un poder fuerte.
            Además, Hitler contaba con el apoyo de importantes personalidades de la industria y de las finanzas (como Thyssen y Stinnes) y disponía de ayudas económicas procedentes de algunos grandes empresarios (como A. Krupp), que veían en el nacionalsocialismo un eficaz defensor del orden contra el comunismo.  Por ello, las fuerzas conservadoras llegaron al acuerdo, en enero de 1933, de nombrar a Hitler canciller de un gobierno heterogéneo y de coalición en el que los nazis tan sólo tenían tres ministros.  Hitler juró la Constitución, pero sus intenciones eran convertir a la República en un Estado autoritario.
            La configuración del Estado nazi
            La construcción del Estado autoritario se inició el mismo año 1933, cuando Hitler consiguió del presidente Hindenburg el permiso para disolver el Parlamento y convocar nuevas elecciones.  Los nazis prepararon cuidadosamente las elecciones, que se fijaron para el día 5 de marzo.  Un decreto del gobierno prohibió la prensa y las reuniones de los que insultaban al Reich y al gobierno (socialistas y comunistas).  Los registros y las persecuciones a las personalidades de izquierda se multiplicaron, mientras en la calle los “camisas pardas” sembraban el pánico y el terror. El 27 de febrero se produjo el incendio del Reichstag, del que fueron falsamente inculpados los comunistas.  Muchos militantes de este partido fueron arrestados y el atentado sirvió para suspender las libertades individuales, suprimir el control judicial sobre las detenciones y restablecer la pena de muerte.  A pesar de las medidas excepcionales, el partido nazi no obtuvo la mayoría absoluta en el Parlamento (sólo consiguió el 43% de los votos) mientras que la izquierda (socialistas y comunistas) alcanzó el 30%
            En definitiva, el futuro del Reich dependía de la actitud que adoptase el Centro Católico, que acabó aceptando las exigencias de los nazis.  Con el apoyo de sus votos, Hitler consiguió plenos poderes durante un período de cuatro años y una ley que le concedía la facultad de promulgar leyes sin necesidad de ser aprobadas por el Parlamento. La concentración de poderes en manos de Hitler se completó cuando, en agosto de 1934, después de la muerte de Hindenburg, acumuló las funciones de canciller y de presidente y se proclamó Führer y canciller del Reich.
            En pocos meses los nazis iniciaron su “revolución nacionalsocialista”, que transformó Alemania en una dictadura.  En primer lugar, se decretó la disolución de todos los partidos y sindicatos, y se suprimieron las libertades y las garantías individuales.  La judicatura se sometió a la voluntad del partido y se formaron unos tribunales excepcionales para delitos políticos.  Los poderes locales de los diversos Estados fueron suprimidos y transferidos al Reich, que se constituye corno un Estado unitario y centralizado.
            Paralelamente, la policía fue sustituida en sus tareas de control y represión por las formaciones paramilitares nazis, fundamentalmente por las SS, bajo el mando de Heydrich.  En 1934 se creó la Gestapo, dirigida por Himmler, que se encargaba de la represión de los opositores al régimen y del control sobre la opinión pública.  En 1933 se abrieron los primeros campos de concentración (Dachau y Buchenwald) y hacia 1934 ya había unos 50.
            Sin embargo, para lograr el objetivo final de Hitler: la identificación entre Estado y partido y la total sumisión al Führer se veia limitado por el grupo que, dentro del partido nazi, defendía de acuerdo con el primer programa del partido, posiciones más radicales e izquierdistas. Dirigido por Röhm y agrupando a amplios sectores de las SA, este grupo era partidario de una verdadera revolución social anticapitalista  que atemorizaba al resto del partido y a los grandes industriales que apoyaban al régimen.  El 30 de junio de 1934 (la llamada “Noche de los Cuchillos Largos”) se produjo un verdadero golpe de Estado dentro del partido y fueron asesinados el propio Röhm y trescientos jefes de las SA.
            Para Hitler, la identificación del tejido social con el Estado nazi debía ser total y por ello se impuso un control  férreo en todas las facetas de la vida institucional y cotidiana. 
            En ese proceso de nazificación, uno de los primeros objetivos era asegurar la supremacía de la raza aria a fin de garantizar la pureza racial de su pueblo, uno de los símbolos del nazismo. Se debía de proteger a la raza aria favoreciendo la natalidad de los verdaderos arios y excluyendo a los minusválidos y tarados mediante un conjunto de medidas eugenésicas que permitieron la eliminación  o esterilización de  los individuos con taras físicas o mentales así como enfermedades hereditarias.  En aras de esa misma pureza racial se persiguió a las minorías étnicas, especialmente a los judíos, que sufrieron una persecución sistemática, que afectó no sólo a sus propiedades y a su trabajo, sino que culminó con su traslado masivo a campos de exterminio, donde se calcula que murieron entre 4 y 6 millones.
            El control ideológico de las nuevas generaciones se imponía a fin de perpetuar el régimen. El sistema educativo se reorganizó y se politizó, controlando a los profesores y los contenidos educativos con una clara manipulación y  rígida censura en los libros de texto. También se fomentaron las organizaciones de recreo y de educación juvenil, entre la que las Juventudes Hitlerianas desempeñaban un papel fundamental para lograr la adhesión y el fanatismo de los jóvenes por el régimen.
            En el ámbito económico, el objetivo fundamental del régimen era convertir nuevamente a Alemania en una gran potencia mundial, consiguiendo como finalidad inmediata corregir los problemas económicos derivados de la recesión y acabar con el paro.  La política económica se caracterizó por un fuerte dirigismo e intervencionismo estatal y el fomento de la autarquía que pretendía convertir a Alemania en un Estado autosuficiente. Las ansias imperialistas se tradujeron en una remilitarización que fomentó la industria de armamento. La política económica nazi aceleró el proceso de concentración de capital y los beneficios de las empresas monopolistas y de la banca, la segunda gran aliada del nazismo, es decir que el gran beneficiario de la política económica nazi fue el gran capital .



A. Rosemberg como jefe del servicio de Asuntos Extranjeros en 1933 practicó el pillaje de museos, bibliotecas públicas y colecciones particulares de familias judías. Nombrado en 1941 Ministro de los territorios ocupados del Este, organizó deportaciones masivas para emprender la germanización de Ucrania. Fue condenado por el Tribunal de Nuremberg y ejecutado en 1946.



[1] A. Rosemberg como jefe del servicio de Asuntos Extranjeros en 1933 practicó el pillaje de museos, bibliotecas públicas y colecciones particulares de familias judías. Nombrado en 1941 Ministro de los territorios ocupados del Este, organizó deportaciones masivas para emprender la germanización de Ucrania. Fue condenado por el Tribunal de Nuremberg y ejecutado en 1946.

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