dimecres, 29 de setembre del 2010

LIBERALISMO, NACIONALISMO Y REVOLUCIONES POPULARES

Como dice Touchard, el liberalismo, junto con el nacionalismo y el socialismo, y nosotros añadimos capitalismo, son las palabras clave del siglo XIX, son  clave en la política y en las ideas de un mundo nuevo que ha surgido de la revolución industrial y la revolución  francesa.

EL LIBERALISMO

            El liberalismo es la ideología de la burguesía, la base teórica del edificio político que construye la revolución -burguesa o liberal- que se asienta a partir de 1789. Pero, indudablemente, las condiciones del nuevo sistema políticos hunden sus raíces en los siglos anteriores al XIX. El desarrollo del capitalismo mercantil, de las ciudades, del humanismo renacentista, la reforma religiosa, la Ilustración, son procesos económicos, sociales, ideológicos y espirituales que confluyen en la configuración de un nuevo tipo de hombre. En el proceso histórico concreto del desarrollo del liberalismo y las instituciones que le son propias se señalan varias fechas antes de 1789. La revolución inglesa de 1688, que fue precedida de otra revolución y una guerra civil entre 1640 y 1659, con su Declaración de Derechos en 1689 o la emancipación americana que dió paso a una nueva nación: Estados Unidos, organizada políticamente bajo los parámetros del liberalismo para llegar en 1789 a la revolución francesa, con una dimensión universal manifiesta en su Declaración de Derechos como la carta fundadora de todas las sociedades liberales.

LAS CONCEPCIONES DEL LIBERALISMO

            Al intentar definir el liberalismo, hay que señalar que la elaboración intelectual de la ideología liberal ha variado según los países ni que se materializó en todas partes de igual forma ni con la misma intensidad, pero existen unos conceptos y unas instituciones comunes que sirven para definir al liberalismo como modelo tipológico real.

            En primer lugar, tenemos que partir de su concepción como una ideología de progreso en todas sus vertientes: social, económico, intelectual y, además, con un carácter irreversible. El liberalismo, como corresponde con una burguesía en fase ascendente, es optimista y humanista y su concepción del mundo responde a ello: la historia, el hombre y las sociedades humanas caminan hacia unas formas de vida superiores.

            En segundo lugar, es una filosofía individualista, en lo social, político y económico. El individuo y su felicidad es el punto de partida de todas  las reflexiones y la meta final de toda política. La sociedad y el Estado se construyen a partir de aquí pues éste es el orden natural de las cosas. Los economistas ingleses lo sintetizaron muy bien: la economía debía regirse por las leyes naturales, cada individuo lucharía por obtener su propio beneficio en libre concurrencia contribuyendo así al beneficio general.

            La tarea del Estado en la concepción liberal debe ser únicamente la de garantizar el cumplimiento de este orden natural. Su posición ante la autoridad del Estado parte de la situación de la burguesía ascendente frente al Estado absoluto, por lo que se muestra partidaria de la abolición del poder y autoridad estatal absoluta a través de la racionalización y limitación jurídica. Apoyándose en la Ilustración, que había destruido el principio de soberanía y legitimidad del Estado medieval: el origen divino del poder, el Estado para el liberalismo burgués es una institución humana que se fundamenta en la soberanía del pueblo y la nación. De esta forma, el parlamento, representación práctica de la voluntad nacional, se convierte en la institución central del liberalismo y la división de poderes que le da base debilitaba el poder onmínodo y absoluto de los príncipes. En la concepción liberal el Parlamento era la representación de toda la voluntad nacional, no de intereses ni de clases (de ahí su contraposición a las Asambleas estamentales, de acuerdo con una nueva sociedad que no se rige por los principios de autoridad, jerarquía y privilegio (principio de desigualdad) sino por la libertad, el Derecho y la igualdad de los ciudadanos- concepto de ciudadanía enlazado con el de soberanía nacional-nación-ciudadanos, y todos estos principios son aplicables a todas las esferas de la actividad humana: gobierno, economía, religión, trabajo y relaciones internacionales. El liberalismo político propone una limitación de poder mediante su división (principio de separación de poderes) y equilibrio entre ellos, mejor garantía de control mutuo. En el liberalismo, la asamblea parlamentaria se organizaba por la elección a través de mecanismos censitarios, pues se diferenciaba de la democracia o radicalismo en que pensaban que la soberanía residía en las asambleas no en el pueblo (prevención contra la participación popular que identificaban con el terror de la revolución francesa). Los diputados deben procurar el bien común a través de la discusión pública, que da paso a la opinión pública que cuenta con unos mecanismos de creación: instrucción, y prensa. La opinión pública es el principio organizador del Estado de derecho liberal. Todo ello implicaba remodelar el orden jurídico de acuerdo con los intereses de la burguesía. Er a necesario abolir la desigualdad jurídica entre los individuos y codificar un derecho universal, aplicable a todos los individuos. Los derechos fundamentales ocupan un lugar de especial relieve en las teorías y constituciones liberales y, desde un punto de vista sistemático, se pueden dividir en derechos liberales de defensa y protección -garantía legal de una esfera individual en la que el Estado no puede penetrar -libertad personal, inviolabilidad del domicilio, libertad de conciencia, enseñanza e investigación- y los derechos democráticos de participación -expresión pública, participación en la cosa pública, ejercicio de cargos públicos. Dentro de ellos y con un puesto central en la teoría liberal se situa el derecho de la propiedad privada.
            Esa es la concepción teórica del liberalismo, en la práctica se empezó en Inglaterra, seguida de Francia y España, manifestación temprana en las Cortes de 1812 (el término libera lue de hecho acuñado por los diputados gaditanos). Durante mucho tiempo el liberalismo aparece como un bloque compacto pero a lo largo del siglo XIX se fragmenta en diversas vertientes que, comparten eso sí un universo filosófico y una concepción del mundo idéntica: liberalismo político, económico e intelectual.

            En el liberalismo político el elemento esencial es la Constitución, ley fundamental que rige el sistema político dictada por una asamblea constituyente (a diferencia de una Carta otorgada) y puede ser abierta (exposición de derechos) o cerrada (sólo instituciones y funcionamiento político) y flexible (remite a leyes específicas en algunos de sus aspectos que se pueden modificar sin cambiar la Constitución) o rígida (no deja nada para una interpretación posterior). La Constitución es algo sagrado, intocable (de ahí el término anticonstitucional) y tiene un carácter universalista (principios genrales aplicables a todos los países. El poder se divide en tres independientes y en equilibrio. El más importante es la Asamblea que legisla, el ejecutivo ejecuta las leyes y el judicial determina si se han cumplido o no. El régimen liberal puede tener una o dos cámaras, la segunda aparece después como un freno a la Baja y, aunque no forma parte de su ideario, admite diversas formas de régimen: monarquía o república. El régimen parlamentario tiene como eje los partidos políticos y los diputados son elegidos por el cuerpo electoral, al que en principio se consideraba con un carácter reducido pues el derecho a voto no era concebido como derecho natural sino como una función, un servicio público a la nación de unos ciudadanos que reunen determinadas características.

            Desde el punto de vista económico, el liberalismo defendía la libertad plena y total, la supresión de corporaciones y de los gremios y de todas las trabas al libre desenvolvimiento de la actividad económica individual, de empresas o asociaciones. El Estado debía renunciar a viejas prácticas mercantilistas y de cualquier tipo de intervencionismo en la economía, pues el Estado es incapaz de regular y ordenar la sociedad económica que responde a unas leyes propias naturales: mercado. Tampoco debía establecer sistemas de asistencia para los más desfavorecidos pues se potenciaría la pereza e incuria. Los economistas ingleses se declararon librecambistas, mientras que los franceses, como J. B. Say o F. Bastiat fueron partidarios del proteccionismo.

            A la hora de analizar la evolución y cristalización del liberalismo se hace necsario distinguir entre países.

EL LIBERALISMO INGLÉS. LA CONTRIBUCIÓN DE J. STUART MILL

EL CONTEXTO INTELECTUAL: EL RADICALISMO UTILITARISTA

            A fines del XVII, Locke había desarrollado el núcleo esencial de la tradición liberal inglesa posterior, a partir de tres premisas: derechos fundamentales de la persona, sistema de producción basado en la propiedad privada y forma de gobierno representativo con separación de poderes. También los teóricos de la Ilustración escocesa del XVIII (Smith y Hume) contribuyen a asentar tales premisas dando paso al liberalismo clásico. A comienzos del XIX, los representantes del radicalismo utilitarista (Betham y James Mill) introducen elementos nuevos en el pensamiento liberal inglés: el principio de que para conseguir la máxima utilidad o felicidad posible, la política debe orientar la legislación en tal sentido, y que es necesario un control democrático del gobierno por medio del sufragio universal. Del mismo modo, la teoría económica de los radicales -laissez-faire- adquirió su expresión clásica con la contribución de Ricardo con su teoría del valor y su teoría de la renta de la tierra- y de Malthus sobre el desfase producción agrícola-población. Esas contribuciones, más tarde ampliadas y perfiladas en lo político con la de Stuart Mill, deben entenderse en el contexto político específico de la Inglaterra de esos años.

            La sociedad y la economía inglesa se habían transformado profundamente por la revolución industrial pero no así la esfera política, que seguía organizada y funcionando de acuerdo con la revolución de 1689. Parlamento y gobierno estaban controlados por una oligarquía de terratenientes y grandes comerciantes y la política se dictaba de acuerdo con esos intereses cuya plasmación más clara eran las leyes de grano y las de navegación. Desde las primeras décadas del XIX las demandas de reformas políticas y económicas se hicieron cada vez más insistentes por parte de los núcleos radicales como betham o de industriales como Cobden. La  reforma electoral era necesaria pues grandes núcleos de población (Manchester, Leeds, Sheffield) carecían de representación, mientras que los burgos podridos -pequeños núcleos de carácter rural- estaban sobrerepresentados (Londres 4 diputados- condado de Cornualles 44 diputados). La reforma de 1832 vino a corregir estas anomalías y supuso la desaparición del monopolio de la aristocracia agraria y mercantil en el parlamento. Desde entonces, y al compás de nuevas reformas electorales en 1867 y 1884 se darían grandes pasos en la democratización del sistema político británico (1884-sufragio universal masculino). Estas eran las demandas de los radicales utilitaristas, contexto en el que se formó Stuart Mill, que él superaría, no obstante, pasando del utilitarismo al liberalismo humanitario.

               Stuart Mill fue educado con una rígida programación por James Mill, su padre, en los principios del utilitarismo y de la economía política. Recogió influencias también de Kant,
Saint-Simón, Comte y Tocqueville, publicando varias obras: Principios de Economía Política (1848), Consideraciones sobre el Gobierno Representativo (1861), Utilitarismo (1863), y  Sujección de la Mujer, publicado en 1869, aunque escrito en 1860-61 defendía la emancipación femenina y el voto de las mujeres, que defendería prácticamente  en su etapa de diputado liberal en los Comunes al reivindicar la modificación de la ley electoral.
 
EL LIBERALISMO DE STUART MILL

            Considera a la economía política, partiendo de las tesis de Ricardo, como una ciencia autónoma, abstracta e hipotética, construída sobre la base del análisis de una única causa explicativa de los fenómenos sociales: el deseo de riqueza. Pero supera a Ricardo porque quiere considerarla como una rama de la filosofía social, enlazándose  con otras ramas, puesto que los fenomenos y las leyes económicas se deben entender en un marco más amplio y contemplando más factores de los que contemplan los clásicos (De hecho, expone esta concepción en el mismo título de su obra Principios de economía política, con algunas de sus aplicaciones a la filosofía social.  De acuerdo con su concepción de la economía como ciencia, Mill revisa algunos conceptos básicos de la economía clásica:

            -Distingue entre las leyes de producción y las de distribución, pues la producción tiene sus condiciones necesarias, algunas de naturaleza física, mientras que la distribución depende sólo de las instituciones y costumbres humanas.

            -Critica, sin romper con él, el laissez-faire o no intervención pues la función del Estado no es puramente negativa -limitadora o prescriptora- sino que debe tratar de realizar las condiciones de la libertad, por lo que admite la posibilidad de intervención del gobierno en algunos supuestos, como la educación.

            -Su posición ante el socialismo, que el considera como la meta de su ideal de definitivo progreso y democracia. Pero sus simpatías socialistas se dirigen a los utópicos no a los revolucionarios y, además, veía la dificultad insalvable de la puesta en práctica del socialismo por la falta de competencia -donde falta ésta sólo hay monopolio, ociosidad y pereza mental-, la irrealidad en mucho tiempo de la abolición de la propiedad privada, y porque los males e injusticias del sistema actual tienden a reducirse lo que hará más difícil el socialismo.

            Aunque Mill asume el principio del utilitarismo de que las acciones son buenas si promueven la felicidad y malas si producen lo opuesto. Sin embargo matiza que el utilitarismo no es una filosofía del egoísmo (felicidad individual) sino de la felicidad general, que es el bien por excelencia. Establece como elemento nuevo una diferenciación cualitativa de los placeres (producen felicidad) porque el hombre tiene valores y facultades que son en sí mismos superiores y su uso produce un placer o felicidad mayor y la naturaleza humana para él es precisamente esa capacidad o criterio para clasificar y jerarquizar los placeres con el fin de conseguir el mayor desarrollo o plenitud de sus potencialidades o facultades. De ello hablará en su ensayo La Libertad, en el que considera a la libertad como el valor superior: ella junto con la variedad de situaciones -originalidad o posibilidad de ser diferentes- son las condiciones para que se desarrolle la individualidad completa. Ese carácter y función de la libertad del hombre impide su limitación con una única excepción: el daño a otros individuos. Esta concepción sobre la libertad es un claro avance en la tradición liberal inglesa, pues antes se entendía como libertad de acción, necesaria para la consecución de los intereses materiales de cada individuo, ahora Mill la concibe como la condición para lograr la originalidad potencial de cada individuo, lo que hará a la sociedad más rica.

            Otro tema abordado por Mill es la forma ideal de gobierno, que analiza en Consideraciones sobre el gobierno representativo, claramente influido por su visión de la forma de gobierno de la Inglaterra de mediados del XIX, la que mejor se adapta a la forma de gobierno representativo. Este gobierno representativo o, como también lo denomina, popular, de acuerdo con el análisis que efectua de cúales son los criterios que deben guiar al buen gobierno: el fomento de las buenas cualidades de los individuos y como saca partido ese buen gobierno de esa buenas cualidades de los individuos actuando como mecanismo para dirigir los asuntos colectivos. Definiendo concretamente ese tipo de gobierno representativo señala que es áquel "que inviste de la soberanía a la masa reunida de la comunidad , teniendo cada ciudadano no sólo voz en el ejercicio del poder, sino, de tiempo en tiempo, intervención real por el desempeño de alguna función local o general", insiste que el gobierno representativo -opuesto al despotismo, que no promueve las facultades morales, intelectuales y activas de los individuos- significa "que la nación, o al menos una porción numerosa de ella ejerza, por medio de diputados que nombra periódicamente, el poder supremo de inspección e intervención...la nación debe poseer este poder en el sentido más absoluto de la palabra. Debe ser dueña, cuando lo desee, de todas las operaciones del Gobierno". En relación con este análisis, dos son las cuestiones más significativas: la función del Parlamento y el sistema electoral. Es partidario de una revisión del sistema electoral mayoritario a favor del sistema proporcional, pues las minorías instruídas también deben ser oídas en el Parlamento, esas minorías deben tener menos votos pero no ser suprimidas. Asimismo, se muestra partidario del voto femenino en igualdad de condiciones con los hombres.

            El pensamiento de Stuart Mill es un avance en el liberalismo, y encontró eco en los sindicatos y la intervención del Estado, pero no rebasó nunca los límites del liberalismo, de la libertad y el individualismo abstracto.
                
EL LIBERALISMO FRANCÉS

            El liberalismo francés tiene una historia menos progresiva o evolutiva que el inglés al estar jalonada de crisis y revoluciones, etapas de retroceso con la Restauración borbónica y de oposición con el II imperio y de acceso al poder con la revolución de 1830 o la III República cuando se consolida plenamente. Nace marcado por la impronta del Imperio napoleónica, característica que nunca le abandonará y sus orígenes durante la Restauración adoptan formas violentas y mecanismos de organización y agitación propios de la sociedades secretas (carbonarios). El liberalismo francés, heredero de la revolución de 1789, se preocupa más de cuestiones políticas a diferencia del inglés, también consagrado por una revolución 1689, pero más lejana en el tiempo, de impacto más mitigado e imbuido de una concepción de que el liberalismo ha surgido del propio pasado, costumbres y tradiciones inglesas.

BENJAMIN CONSTANT Y LAS CONTRADICCIONES DEL LIBERALISMO EN EL PODER

            Es el principal teórico del liberalismo francés. define la libertad como el pacífico goce de la independencia privada y un Gobierno representativo a la inglesa con una monarquía sin poder efectivo, un Estado que administra y un legislativo bicameral que se vincula en su elección a criterios burgueses y censitarios.

            En 1830 al triunfar la revlución de julio, el liberalismo se instala en el poder con el reinado de Luis Felipe, el rey banquero o el rey burgués. Pero su aparente apogeo revela en el fondo las disensiones y la falta de homogeneidad, patentes de forma muy clara en  diversas contradicciones que afloran en el período: El mantenimiento de criterios censitarios excesivos en el censo electoral que marcan un carácter claramente aristocrático, el apoyo en la Iglesia católica -garante del orden- pese al marcado anticlericalismo del liberalismo francés, la invocación teórica del laissez faire pero contrariada en la política económica de signo muy proteccionista y el recurso o apoyo del Estado en las iniciativas de desarrollo industrial o capitalista.

ALEXIS DE TOCQUEVILLE Y LA DEMOCRACIA

            Tocqueville constituye, a igual que Stuart Mill en el caso británico, un pensador individual y original dentro del pensamiento liberal que no origina una corriente específica. pero que contribuye indudablemente a esa tradición y concepción ideológica. Procedente de una familia aristocrática y terrteniente no renuncia nunca a su origen, pero participó en la revolución de 1830 y aceptará un ministerio en la II República. Sus dos principales obras La democracia en América y El Antiguo Régimen y la revolución abordan el análisis de dos sociedades, una actual y otra pasada, pero desde la misma perspectiva y las mismas conclusiones. Se podría resumir su obra como una reflexión sobre la libertad, que debe ser "moderada, regular, contenida por las creencias, las costumbres y las leyes".  La sociedad camina inexorablemente hacia la igualdad, la democracia, el nivelamiento de individuos uniformes (La Democracia ...) -algo negativo a lo que conduce también el despotismo y la centralización monárquica propia del Antiguo Régimen (El Antiguo Régimen ...)- Esa evolución le causa pavor pero comprende que no se puede impedir. Ese individualismo nace con la democracia pues al consagrar ésta la igualdad de oportunidades favorece  una semejanza entre los hombres y una indiferencia generalizada patentizada en la vuelta a uno mismo, el retiro a una privacidad y el alejamiento de la esfera. Advierte, al contrario de Stuart Mill, de los peligros de un individualismo excesivo y la falta de participación. Esa es, junto a su convencimiento del advenimiento inexorable de la democracia, la vertiente demócrata de Tocqueville, muy limitada, como vemos, pues en él se entremezclan elementos aristocráticos, liberales -los más importantes- y ese cariz democrático.
           
            Tocqueville señala varios mecanismos para impedir ese individualismo y centralización que engendra la democracia y que causaría la destrucción social:        La descentralización administrativa local y provincial unida a la creación de asociaciones de todo tipo, que harían de medición entre el interés individual y el espíritu público, Pero existe otro peligro: la tiranía de la mayoría, que se evitaría con un cuerpo de jueces independientes y el jurado.

EL NACIONALISMO
           
            El nacionalismo es una de las ideologías y uno de los movimientos políticos más significativos del mundo contemporáneo y más difícil de abordar por los especialistas, en gran medida por la diversidad de sus objetivos: nacionalismo estatalistas, autonomistas, separatistas e irredentistas (territorios que una nación considera que le pertenecen por razones de raza, etc., y que están separados de ella) y además por un tratamiento multidisciplinar: histórico, sociológico y politológico. El marxismo contribuyó con los primeros análisis un tanto simplicadores en su relación nacionalismo-clases sociales, después los teóricos funcionalistas  y la psicología social han aportado nuevos elementos de análisis (el papel del nacionalismo para impulsar nuevos procesos de cambio o para dar la legitimidad a Estados emergentes para impulsar procesos de modernización económica y social (Tercer Mundo) etc.

            Existen diversas interpretaciones globales del fenómeno nacionalista desde diversas perspectivas: la de la nación como comunidad caracterizada por su limitación espacial y por aspiración a la soberanía política con un papel fundamental para la lengua (Anderson),la sociológica de Gellner que desmitifica el nacionalismo étnico-cultural: la  creadora de la nación es la demanda impulsada por necesidades sociales (las propias de una sociedad capitalista y sobre todo industrial) y  y no la fuerza de las realidades étnico-culturales; la interpretación histórico-ideológica de Kedourie con la existencia previas de naciones definidas por criterios culturales y sólo la creación institucional de tales naciones en estados puede dar cumplida satisfacción a esas legítimas aspiraciones. Por otra parte, es lugar común entre los especialistas del tema la distinción entre nacionalismo político: aquel que tendría como objetivo la construcción de un orden estatal propio de los ciudadanos,y aunque recurra a las singularidades étnico-culturales priman los planteamientos racionalistas y modernizantes. En el nacionalismo cultural priman los últimos mientras que lo político es más difuso (un "nacionalismo oriental" de Kohn, distinción que plantea dudas por sus prejuicios. No obstante, y pese a ello, parece útil utilizar la distinción entre nación política y nación cultural como modelos ideales de dos tipos de nación y de nacionalismo que podrían ejemplificarse en los dos modelos típicos europeos: el francés y el alemán. En el primer caso responde claramente a la creación de la nación como referencia ideológica para ayudar a construir el Estado y no tiene que ser consecuencia de una realidad nacional preexistente, aunque en algunos casos existan esos elementos preexistentes. Serán su primera plasmación la nación americana y la francesa. Por el contrario, la nación bajo una concepción cultural es un hecho básico, preexistente, pertenece al espíritu humano y sus manifestaciones culturales (el arte, la filosofía, la literatura, la lengua etc.); la nación es el "espíritu del pueblo", el reaponsable de la creación de a nación, es la singularidad cultural de una colectividad y el valor superior de la colectividad es la personalidad cultural diferenciada del pueblo. El problema es como surge ese tipo de nación. Se suele atribuir a u elemento exterior (agresión) -Fichte y sus "Discursos a la nación alemana" o otros factores: desarrollo económico, urbanización, industrialismo, movimientos migratorios o la nueva educación de masas. En relación con estas dos concepciones pero quizás más útiles desde la perspectiva del análisis histórico podríamos establecer otras dos categorías: el nacionalismo racionalista (modelo francés exportado luego a Italia, Irlanda, Grecia), heredada del racionalismo, la Ilustración y la revolución, que concibe a la nación como una asociación voluntaria de hombres libres, frente al nacionalismo romántico e idealista (modelo alemán exportado luego al Imperio Austrohúngaro), nacido de la tradición filológica y legal, romántica y hegeliana, que ve a la nación como un organismo natural y primitivo, producto de un genio específico de una etnia expresado en el lenguaje, la historia, las costumbres y que está, en definitiva, por encima de la voluntad de los individuos.

            El nacionalismo alemán surge en  el siglo XIX teniendo como padres a Herder y a Fichte y un marcado carácter cultural, aunque existen una diversidad de planteamientos nacionalistas en el que se entrecruzan influjos liberales, románticos, culturales y estrictamente políticos e imperialistas de signo moderno, en ocasiones olvidados por la trágica conclusión del nacionalismo alemán en el nazismo. Los componentes de este nacionalismo son variados: la prioridad de construir un Estado fuerte que renuncia al liberalismo, sus nostalgias germanistas tradicionales, las ansias imperialistas alentadas por el proceso industrializador, el racismo de marcado carácter antisemita.

            Herder, con unos planteamientos humanistas,  pacifistas y antimilitaristas que le separan de la evolución posterior del nacionalismo alemán, se preocupa por el folklore y el lenguaje, confía en la futura grandeza de Alemania y en que sepa ocupar su lugar en Europa, como elementos básicos del nacionalismo. Fichte da un paso más en las bases teóricas del nacionalismo alemán al elaborar una filosofía política totalitaria y un programa político nacionalista enfrentado al liberal, representado en Napoleón y su amenaza a Alemania: "La nueva educación debería consistir precisamente en aniquilar por completo la libertad de la voluntad...", de la supremacía de lo alemán: "Sólo el alemán tiene derecho a contar con un pueblo, y sólo él es capaz del amor verdadero y racional a su nación", la exaltación de la cultura germánica, de la condición de guía en Europa de su nación y de la defensa del alma nacional frente a lo exterior. De ahí es fácil deducir la defensa de la pureza de la raza y de la fuerza de la nación: "Toda nación quiere extender su dominio propio tan lejos como pueda y tanto como de ella dependa, anexionarse toda la especie humana conforme a un instinto enraizado por Dios en el hombre".

            Debemos también hablar de List y su Sistema de Economía política nacional, en que no crítica el librecambismo, como normalmente se le acusa, sino que pone en evidencia sus limitaciones en la práctica internacional por los perjuicios que acarrea en los países menos industrializados frente a los más industrializados o desarrollados. List defiende la unificación política de Alemania y el proteccionismo como clave para su expansión económica. Es un nacionalismo más moderno que exige la construcción de un Estado fuerte por las necesaidades económicas de una sociedad que se industrializa y explica la debilidad de un liberalismo que se sacrifica para conseguir aquellos objetivos.

            El nacionalismo como movimiento político significativo surge con la revolución liberal. Es la revolución francesa de 1789 prolongada después en la era napoleónica la que generaliza un nuevo credo político que encuentra su justificación y legitimación en la nación y que, por lo menos hasta la guerra franco-prusiana es indesligable de la tradición liberal, la revolución y el imperio. Esta será el nacionalismo jacobino cuyo máximo representante es Michelet que, cuando habla de nación habla de Francia, puesto que la nación es un ser organizado (la patria), que se basa en la amistad y es inseparable de la revolución: "Francia es la nación revolucionaria por excelencia. Es un nacionalismo de corte pequeño burgués que en el pensamiento de Michelet se adoba con dosis de anticlericalismo, solución armniosa al conflicto social entre trabajo y capital. es un nacionalismo romántico.

            No obstante, aunque esa es la tradición clásica, existe otra corrientes nacionalistas      de índole conservadora e imperialista, cuya génesis se situa tras la derrota franco-prusiana y en la defensa de un statu quo territorial estrechamente relacionado con la anexión por Alemania de Alsacia y Lorena (materialización del enfrentamiento entre nacionalismo político y cultural). Desde aquí y como ocurre en otros países europeos -Inglaterra- el nacinalismo se pone al servicio de la legitimación del imperialismo y de las ansias de revancha antiprusiana, que en su evolcuón cristaliza en el nacionalismo de derechas que tendrá su conclusión en un significativo fascismo francés no suficientemente fuerte para construir un régimen de ese tipo pero sí notable por su elevada complejidad ideológica.

            La fusión originaria entre el nacionalismo y el liberalismo se ejemplifica en el caso francés por la legitimación sustitutoria a la del Antiguo Régimen, resultando evidente que el nuevo credo nacionalista habría de prestar su concurso a los nuevos regímenes liberales destruyendo el viejo orden, en el que uno de sus pilares eran los imperios supranacionales. De hecho, había un fundamento básico al trasladar por analogía los principios de autonomía y libertad del hombre a los pueblos. Stuart Mill será un ejemplo significativo de esa identificación de nacionalismo y liberalismo, pero donde mejor se expresa es el nacionalismo romántico italiano, que tendrá su principal figura en Mazzini al que se caracteriza a nivel de su pensamiento como una mezcla de liberalismo benthamiano y de los primeros revolucionarios franceses con el romanticismo y el idealismo filosófico. Mazzini es el aptriota italiano, el eterno conspirador proscrito y republicano, que piensa que el nacionalismo será una pieza clave para conseguir la fraternidad internacional (La Santa Alianza de los pueblos) que instaura el reinado de la paz y la justicia. Es el romántico cuya máxima esperanza es el 48 pero también su derrota. Desde entonces tendrá que ver que las naciones se constituyen pero también se enfrentan, es una nueva era en la evolución del nacionalismo: la de la fuerza (Touchard).

EL ESPÍRITU DEL 48 Y LA "PRIMAVERA DE LOS PUEBLOS": LAS REVOLUCIONES POPULARES Y DEMOCRÁTICAS

            Las revoluciones que se generalizaron en Europa en 1848 marcan un nuevo avance del liberalismo y del nacionalismo, y se vieron también acompañados por exigencias democráticas (sufragio universal) y reclamaciones de carácter social para los trabajadores. En cierto modo, esas revoluciones son como un escenario donde confluyen el liberalismo, el nacionalismo, la democracia y donde comienza a germinar una nueva ideología: el socialismo.

            Con epicentro en Francia, la oleada revolucionaria se extendió por gran parte de Europa y, aunque reviste formas diversas en cuanto al peso específico de sus contenidos según los países -Francia: democracia y reivindicciones socialistas, Italia: nacionalismo y liberalismo, Estados alemanes e Imperio Austrohúngaro: nacionalismo y liberalismo, etc. existe una similitud de los protagonistas, de comportamientos, de la dinánica y de los objetivos. Junto a la burguesía, auténtica protagonista de los sucesos revolucionarios, tenemos a la aristocracia en algunos países, y también a las clases medias bajas: artesanos, obreros especializados, pequeña burguesía, etc. Son revueltas urbanas -no participación campesina- y existe grupos de agitadores en contacto con sociedades activistas clandestinas. También hubo una cierta similitud de objetivos de las agitaciones, dirigidas normalmente al establecimiento de regímenes liberales o, en el caso de países en que ya se había establecido un régimen de estas características, hacia el aumento de participación política a aquellos sectores de la población que no entraban en los criterios censitarios establecidos (esto llevó a reivindicar el sufragio universal masculino), a esta exigencia se unieron, según los países, las de carácter nacionalistas y las de tipo social, estas últimas con una clara motivación en la crisis económica que asoló Europa (estudiada por E. Labrousse para Francia).

            Las revoluciones del 48, independientemente de que no consiguieran todos sus objetivos en muchos países,  marcan indudablemente una fisura clara en la evolución histórica europea. Tienen el carácter de encrucijada histórica, significan, de acuerdo con los trabajos de Sigman y Godechot, el fin de la Restauración, del sistema de relaciones internacionales de Metternich y la apertura de una nueva era: la de la consolidación del liberalismo y el nacionalismo, con la aparición de nuevas naciones en Europa y el punto de partida de una nueva corriente ideológica que será junto con las otras dos la gran protagonista de nuestra    historia contemporánea: el socialismo.

            Interesa remarcar lo que se ha dado en llamar el espíritu del 48, conformado por diversos elementos:
            -Romanticismo: Estas revoluciones marcan el punto culminante del romanticismo político, que sintetiza tanto el romanticismo literario como el de  corte popular, sólo hay que pensar en que la mayor parte de estos escritores participa de esas ideas e incluso activamente en los sucesos políticos, como Lamennais, Lamartine, Hugo o Beránger (Byron). Estos revolucionarios son románticos en la retórica de la "primavera de los pueblos", el despertar de la conciencia ante los procesos de cambio social, económico, cultural, filosófico y político. A veces se utiliza este adjetivo con un sentido desdeñoso: idealistas. Este carácter tiene mucho que ver con una cierta concepción idealizada y espiritualizada de la política.

            -El culto al pueblo y lo popular con dos sentidos; pueblo-humanidad y pueblo-obrero. Se insiste en la igualdad y la fraternidad.

            -La herencia de la revolución francesa y a la tradición revolucionaria traducida en un culto a los héroes de la revolución,  la adopción del vocabulario y ceremonial revolucionario.

            -La mística del progreso y el culto a la ciencia: Están impregnados de la filosofía del progreso continuo y el culto a la ciencia y técnica, que lo va a resolver todo. En este capítulo hay que destacar asimismo el papel predominante que se otorga a la educación, especialmente en su vertiente cívica y popular.

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